Hace casi una década que una señora de Cartagena no encuentra a su marido. Las universidades españolas anuncian, casi a diario, el extravío de títulos oficiales, que vete a saber en manos de quién cae un doctorado. La historia diaria del Boletín Oficial del Estado es un folletín por capítulos sobre la pérdida.

Sobre los extravíos particulares y los de interés general, como el de la transparencia y la rendición de cuentas, pese a lo mucho que se cacarean estos conceptos. Con esas carencias, el paso por el BOE es el único imperativo que deben cumplir quienes gobiernan más allá de las puertas blindadas de ciertas instituciones. Y esconde, sobre todo en estos tiempos, decretos, nombramientos, subvenciones y edictos que en las ruedas de prensa no se anuncian -o se esquilman- porque no hacen bonito.

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Escudriñarlo es, o debería ser, labor del periodismo. Muchos lo hacen. De hecho, cualquier ciudadano puede hacerlo, aquí lo tienen. Entonces, ¿para qué puñetas se lo lee Eva Belmonte cada mañana? Porque es la fuente primaria de lo público por excelencia y nos permite descifrar, explicar y contaros noticias que, en vigor, nos afectan a todos, más allá de declaraciones, promesas y anuncios rimbombantes. Queremos hacer periodismo político basado en políticas. Y que todo el mundo sepa, de forma clara y sin formalismos, qué decisiones se están tomando y cómo nos afectan.

Todo está en el BOE.